La ortografía, en cuanto sistema de
convenciones que regulan la escritura de una lengua, tiende a satisfacer
idealmente unos principios, cuyo cumplimiento integral y absoluto rara vez se
alcanza en las ortografías históricas, en cuya configuración han intervenido a
lo largo del tiempo múltiples factores y diferentes criterios, en ocasiones
contradictorios. Ello explica que dichos principios ideales se cumplan solo parcialmente
en la mayoría de los casos, aunque sirven, no obstante, para evaluar las
ortografías y guiar sus posibles modificaciones y reformas.
En primer lugar, las ortografías han de
respetar el principio de coherencia, lo que supone que sus normas no deben
presentar contradicciones internas. Este principio debe operar con fuerza en la
formulación de las reglas generales, que, sin embargo, pueden presentar
excepciones ocasionales en la escritura de palabras concretas, casi siempre
explicables, por razones históricas o etimológicas (por ejemplo, la regla
general de que, en español, el fonema /z/ se representa c ante las
vocales e, i no se cumple en ciertas palabras cuyo étimo, eso es, el
vocablo del que proceden, incluye una z, como en Zeus, nazi o zigurat.
En segundo lugar, las ortografías debe
tratar de ser exhaustivas y, por tanto, no deberían dejar aspectos relevantes
de la expresión oral del lenguaje sin representación escrita y sin regulación
ortográfica. Los espacios no reglados se convierten en territorios de
indeterminación y de vacilación que afectan al objetivo último de la unidad de
la escritura. La utilidad de un sistema ortográfico aumenta en la medida en que
incorpora subsistemas que regulan mayor número de aspectos funcionalmente
distintivos en la representación gráfica de la lengua (acentuación, puntuación,
etc.), y en la medida en que esa regulación es lo más completa posible. Muestra
de exhaustividad es, por ejemplo, el subsistema de reglas de acentuación
gráfica del español, gracias al cual es posible identificar siempre sobre cuál
de las sílabas de una palabra prosódicamente acentuada recae el acento, aspecto
que resulta distintivo en nuestro idioma (término/termino/terminó).
Las ortografías han de cumplir también el
principio de adecuación, que implica que su sistema de convenciones debe ser en
cada momento el más apropiado para reflejar gráficamente los aspectos
relevantes del sistema lingüístico que pretende representar. De ahí que, cuando
se producen cambios en esos aspectos relevantes, los sistemas ortográficos
traten de adaptarse a ellos. Por eso, cuando en la evolución histórica de una
lengua de escritura alfabética surgen nuevos fonemas, su sistema ortográfico
tiende a buscar nuevas formas de representación. Así ocurrió, por ejemplo, en
la época de los orígenes de las lenguas románicas con el nacimiento de las
consonantes palatales, inexistentes en latín, para cuya escritura cada lengua
debió arbitrar un grafema o una combinación de grafemas nuevos. Esta adaptación
tarda más en producirse, y a veces no llega a hacerlo, en los procesos de
pérdida de fonemas: la inercia conservadora tiende a mantener, en la ortografía
de casi todas las lenguas, grafemas o combinaciones de grafemas que
representaron en su momento sonidos distintivos luego desaparecidos. En
cumplimiento de esta voluntad de adecuación, las ortografías de las lenguas han
de ofrecer pronta respuesta a las innovaciones, ya sean producto de la
evolución de la misma lengua, ya sean debidas al incorporación de palabras y
expresiones foráneas con características fónicas y gráficas que a menudo chocan
con las de la lengua que las adopta.
En la configuración de los sistemas
ortográficos opera asimismo un principio que afecta a todos los planos
lingüísticos, el principio de economía, aunque no siempre logra imponerse a
otras fuerzas de sentido contrario con enorme peso en este ámbito, como la
tradición gráfica consolidada. El ideal constitutivo de las escrituras
alfabéticas, esto es, la correspondencia biunívoca entre las unidades del plano
fónico y las unidades de la lengua escrita (un grafema para cada fonema y un
fonema por cada grafema), no es sino la máxima expresión del principio de
economía aplicado al subsistema de las letras. Sin embargo, este objetivo, muy
presente en las etapas originarias de los sistemas ortográficos, no siempre se
mantiene en el curso de su evolución. Junto a la permanencia justificada de
grafías complejas debidas a la carencia de grafemas específicos para
representar determinados fonemas (como ocurre con los dígrafos ll, ch y rr
del español), en muchas lenguas se mantienen secuencias de dos o más letras
que, debido a procesos de evolución fónica y a la ausencia de reajustes
ortográficos paralelos, han acabado confluyendo en la representación de un solo
fonema; de ahí la gran cantidad de dígrafos y trígrafos que hay en lenguas como
el inglés o el francés (en esta última lengua, por ejemplo, el fonema vocálico
/o/ halla representación tanto en el grafema o como en las secuencias de
grafemas au y eau). En español, lengua en la que el ideal de
correspondencia biunívoca entre grafemas y fonemas se satisface en mucho mayor
grado que en otras lenguas de nuestro entorno, subsisten, no obstante, varias
grafías que, por razones etimológicas o de conservación de hábitos gráficos
fuertemente arraigados, se emplean en la representación de un mismo fonema (por
ejemplo, el fonema /b/ puede aparecer representado por tres grafemas: b, v y
w), e incluso se conserva una letra, la h, que no representa
ningún fonema. El principio de economía se cumple, en cambio, con toda claridad
en el sistema de reglas de acentuación gráfica del español, que, en lugar de
señalar siempre con tilde la vocal de la sílaba tónica, lo hace solo en ciertos
casos, de manera que tan significativa es la presencia como la ausencia de este
signo: las palabras termino y canto se leen como graves o llanas
porque, de no serlo, tendrían que llevar tilde (término o terminó y
cantó). La economía es también la razón de la génesis y el mantenimiento
de otro de los subsistemas de reglas ortográficas: el de las abreviaciones
gráficas.
Por último, las ortografías deben tener
presente también el principio de claridad y sencillez en la exposición de sus
normas, ya que con ellas deben resolverse multitud de problemas prácticos que
plantea el uso de la escritura a cualquier hablante alfabetizado.
Fuente: Real Academia Española y Asociación
de Academias de la Lengua Española. Ortografía de la lengua española. 2011.
Hola. Muy claro el artículo. Pero tengo una duda o discrepancia con respecto al principio de economía en la tildación en español. Resulta que "por economía" (¿de tildes? ¿será que están muy caras?) no se tildan las graves. Pero se crean a partir de allí (antieconómicamente) reglas y más reglas de cómo tildar palabras graves, agudas, etc. Si hubiera una economía de principios o reglas entonces la tildación fuera biunívoca: si es acentuada, lleva tilde; y si lleva tilde se pronuncia acentuada. Un extranjero o un niño que no conoce un amplio vocabulario en el idioma no puede intuir que existen más palabras graves. La tildación debería ser simplificada. En sí tenemos un sistema ortográfico muy híbrido que está bastante caduco. Mi opinión. Gracias.
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