El
inventario de letras usado por los romanos en la escritura de su lengua, el
latín, desciende del alfabeto griego, pero de manera directa, sino a través de
los etruscos.
Información adicional
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Los etruscos se asentaron
en la península itálica a comienzos del primer milenio antes de Cristo, en el
área de la actual provincia de la Toscana. Desde allí se extendieron hasta la
zona limítrofe con las colonias griegas del sur de Italia y ejercieron una
gran influencia política y cultural en todo el territorio itálico,
especialmente en la contigua región del Lacio, donde estaban asentados los
latinos, más tarde llamados romanos por el nombre de la ciudad que fundaron a
mediados del siglo viii a.C.
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Los
etruscos hablaban una lengua no indoeuropea, aún no descifrada del todo, que
escribían con un alfabeto basado en la variante occidental del alfabeto griego,
diferente de la oriental con la que se escribía el griego clásico. Prueba
inequívoca de la filiación etrusca de la escritura latina es el uso que el
latín primitivo hizo de las letras c,
k y q para representar el fonema /k/,
claramente heredado de los etruscos: los romanos emplearon en un principio la c
ante /e, i,/, la k ante
/a/ y la q ante /o, u/. Enseguida
prescindieron casi por completo de la k,
pasando a utilizar la c
ante cualquiera de las vocales (capra, centum, circus, commūnis) y
limitando el uso de la q a
la representación de la secuencia fónica /ku/ ante vocal perteneciente a la
misma sílaba (quadrivĭum, quercŭs, liquĭdus, quŏd). La letra c sirvió también en latín, en un
primer momento, para representar el fonema /g/ (se escribía, por ejemplo, virco, en lugar de virgo), hasta que, en el siglo iii a. C., se creó la g añadiendo un trazo en el extremo
inferior de la c, para
poder representar con letras diferentes lo que eran también en latín fonemas
diferentes. Como los romanos prescindieron muy pronto en su escritura de la
letra z, por haber
desaparecido en su lengua el fonema que esta representaba, la nueva letra g se insertó en el lugar que ocupaba
la z en la serie alfabética
heredada de los griegos, esto es, entre la f
y la h.
Así
pues, el alfabeto latino propiamente dicho estaba formado por las veintiuna
letras siguientes, de las que se ofrece solo la forma mayúscula, única
existente en la escritura del latín clásico:
A, B, C, D, E, F, G, H, I, K, L, M, N,
O, P, Q, R, S, T, V, X.
La
c representaba siempre el
fonema /k/ y la g el fonema
/g/; la f transcribía el
fonema /f/ por herencia etrusca; la h
se usaba para representar un sonido aspirado luego desaparecido (y no la vocal
/ē/, como en griego); las letras I y
v se usaban para representar
tanto los fonemas vocálicos /i/, /u/ como los correspondientes
semiconsonánticos (que evolucionarán después en las lenguas románicas, hacia
fonemas plenamente consonánticos); la k
se usaba solo en unas cuantas palabras que mantuvieron una ortografía arcaica;
y la x representaba la
secuencia /ks/ (y no un fonema similar al representado por la jota española,
como en griego).
Tras
la conquista de Grecia por parte de Roma a mediados del siglo ii a. C., se incrementa notablemente la
influencia cultural griega en el mundo romano, lo que produjo la incorporación
al latín de numerosos términos de origen griego. Para escribir muchos de ellos,
los romanos debieron introducir una nueva letra en su alfabeto, la y, y recuperar la z. Ambas se añadieron al final de la
serie. Con estas dos incorporaciones, el alfabeto latino pasó a constar, a
partir del siglo i a. C., de
veintitrés letras:
A, B, C, D, E, F, G, H, I, K, L, M, N, O, P, Q, R, S, T,
V, X, Y, Z.
Todas
ellas, y en el mismo orden, forman parte del abecedario español, el cual se
completó con algunas letras más, surgidas de la necesidad de representar nuevos
fonemas inexistentes en latín o introducidas en nuestro sistema gráfico a
través de préstamos de otras lenguas.
Fuente: Real Academia Española y Asociación
de Academias de la Lengua Española. Ortografía de la lengua española. 2011.
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