martes, 10 de diciembre de 2013

Las reformas ortográficas

Las lenguas son instituciones culturales, entidades históricas, y, como tales, experimentan cambios a lo largo del tiempo. La lengua oral evoluciona de forma constante por medio de la continua aportación innovadora de los hablantes y de la interacción permanente del idioma con las novedades que se producen en todos los ámbitos de la realidad, así como por su contacto con otras lenguas. La ortografía, en la medida en que regula la representación gráfica del idioma, se ve también afectada por los cambios que este experimenta, sobre todo cuando se producen en el plano del significante e implican al sistema fonológico, ya sea por la pérdida de fonemas, ya por la aparición de otros nuevos. También tiene repercusiones ortográficas la incorporación masiva de términos procedentes de otras lenguas, que chocan a menudo con el sistema ortográfico de la lengua receptora. Todos estos fenómenos provocan alteraciones en el sistema establecido de correspondencias entre grafemas y fonemas, y exigen la toma de decisiones que implican, en muchos casos, modificaciones en los sistemas ortográficos.

A diferencia de los cambios lingüísticos, que se producen de forma continua y espontánea, con la participación de todos los hablantes, la mayoría de los cambios ortográficos ocurren de forma puntual, tienen lugar de tarde en tarde y en ellos intervienen prioritariamente las aportaciones de las clases alfabetizadas. Aunque se basen a menudo en modificaciones previas de los usos gráficos de los hablantes, solo adquieren hoy carta de naturaleza cuando son sancionados por las instituciones y organismos que poseen competencias en esta materia.

Los cambios introducidos en el sistema de convenciones gráficas de una lengua pueden ser de dos tipos: innovaciones y reformas. En las innovaciones se adoptan medidas para regular la expresión escrita de aspectos de la lengua que previamente no se representaban. En el griego y el latín clásicos, por ejemplo, no se separaban las palabras mediante espacios en blanco ni se usaban signos de puntuación, salvo en los textos escolares destinados a la enseñanza de la lectura. De modo análogo, el sistema ortográfico del español no disponía en sus orígenes de diacríticos para indicar la posición de acento prosódico dentro de la palabra. Así pues, la incorporación al uso general de estos elementos gráficos y su regulación son ejemplos de innovaciones ortográficas.

Las reformas son cambios realizados sobre un sistema de normas ortográficas preexistente. Pueden ser parciales o generales, dependiendo de que los cambios afecten a un aspecto acotado y concreto de la ortografía o la modifiquen por extenso y más profundamente. La mayor parte de las reformas realizadas en los sistemas ortográficos de las lenguas que han contado con escritura desde sus orígenes han sido parciales y progresivas. A menudo han consistido en pequeñas intervenciones en puntos concretos del sistema (incorporación de algún signo nuevo al repertorio alfabético, eliminación de grafías obsoletas, adición de nuevas reglas para el uso de los diferentes signos ortográficos, etc.), lo que ha favorecido su aceptación. Algunas de estas reformas tiene como fin mejorar el sistema desde el punto de vista de su coherencia interna. Entro de este tipo estarían los cambios que buscan perfeccionar las reglas de un determinado ámbito de la ortografía para que cumplan de manera más eficaz sus fines, como ha ocurrido con las sucesivas modificaciones realizadas en el conjunto de reglas de acentuación gráfica del español.

Las reformas generales proponen cambios cuantitativos y cualitativamente más importantes, y buscan, por lo general, alcanzar de una vez el ideal de máxima adecuación entre la realización oral y la representación escrita de la lengua. En casos extremos, estas reformas han llegado a consistir en la sustitución completa de un sistema de escritura o de un alfabeto por otro completamente distinto, como ocurrió con el vietnamita en el siglo XVII o con el turco a comienzos del siglo pasado, que pasaron de usar respectivamente en su escritura caracteres chinos y árabes a emplear versiones adaptadas del alfabeto latino.

Las ventajas teóricas de una reforma profunda del sistema ortográfico de una lengua para alcanzar su perfecta adecuación al modelo oral que pretende representar son evidentes: al eliminar las desviaciones del principio de correspondencia biunívoca entre fonemas y grafemas, se facilita el aprendizaje de la escritura y se favorece la corrección ortográfica sin que esta exija un esfuerzo excesivo a sus usuarios. Reformas de calado se han producido en muchas lenguas en momentos concretos de su historia, entre ellas el español, especialmente tras épocas de profundos cambios fonológicos en las que el sistema ortográfico carecía de fijeza y eran constantes las vacilaciones en la representación gráfica de los fonemas. Y reformas de este tipo no dejan de ser reclamadas de manera recurrente hoy por parte de muchos teóricos de la ortografía, que aducen en su favor, además de argumentos lingüísticos (conseguir una adecuación lo más perfecta posible entre las unidades fónicas del habla y las de la escritura), razones didácticas y sociales: la simplificación del sistema ortográfico permitiría destinar muchas de las horas dedicadas hoy a la enseñanza de la ortografía a practicar otras destrezas encaminadas a mejorar la expresión oral y escrita de los estudiantes, facilitaría el aprendizaje de la lengua escrita a los alumnos extranjeros y rebajaría notablemente el esfuerzo necesario para superar una barrera social que afecta sobre todo a las clases menos favorecidas.

Sin embargo, no son menores las razones que aconsejan no acometer reformas maximalistas en el sistema de representación gráfica de una lengua cuando esta cuenta con una ortografía estable, conocida y aceptada por sus hablantes alfabetizados. Es notable la resistencia a aceptar cambios ortográficos por parte de quienes con esfuerzo y constancia asimilaron en sus primeros años de formación un sistema de reglas que tienen ya interiorizado y automatizado. Esta resistencia —que se manifiesta también en el ámbito educativo y de los medios de comunicación, cuya colaboración resulta imprescindible para la difusión e implantación de cualquier cambio, por pequeño que sea— explica la dificultad de conseguir el consenso suficiente para acometer con garantías de éxito reformas radicales, incluso en el caso de lenguas en las que el alto grado de inadecuación entre pronunciación y grafía las haría especialmente aconsejables. Pero no solo actúa en contra del impulso reformista la fuerza de la costumbre, sino el peso de la tradición ortográfica heredada, que establece un fuerte vínculo entre las palabras y su forma gráfica fijada. Así, cualquier cambio drástico en la grafía de una palabra se siente más como una deformación que desfigura su identidad visual que como una simplificación beneficiosa, lo que explica la fuerza que el criterio de uso constante ha tenido y tiene en la fijación de la ortografía de las lenguas. Una ruptura radical con la tradición gráfica anterior dificultaría, además, la lectura de textos de otras épocas, a lo que habría que sumar los costes económicos que supondría la adaptación a las nuevas normas de todas aquellas obras escritas conforme al sistema ortográfico precedente, y el sinfín de cambios que habría que realizar en todos aquellos ámbitos relacionados de algún modo con el lenguaje natural (diccionarios, bases de datos, aplicaciones informáticas, etc.).

No hay que olvidar que el principio de correspondencia biunívoca entre grafemas y fonemas no es el único que ha operado en la constitución y posterior evolución de los sistemas ortográficos de lenguas que han mantenido un mismo sistema de escritura a lo largo de su historia. De hecho, este ideal no se verifica de modo absoluto en ninguna ortografía histórica, y solo ha sido factible en el caso de ortografías creadas modernamente por especialistas para la representación gráfica de lenguas sin tradición escrita, o en aquellos casos en que una determinada lengua ha decidido sustituir su sistema de escritura tradicional por otro distinto. Incluso en estos casos excepcionales resulta difícil lograr una escritura completamente fonológica que sea aplicable a la diversidad de manifestaciones orales de una misma lengua.

El ideal de correspondencia exacta entre grafía y pronunciación se revela, además, imposible en aquellas lenguas que, como el español, presentan diferencias dialectales no solo en el plano fonético, con realizaciones distintas en la pronunciación de un mismo fonema, sino también en el plano fonológico, como ponen de manifiesto fenómenos como el seseo o el yeísmo (fruto de la inexistencia, para determinadas áreas y hablantes del español, de los fonemas /z/ y /ll/, respectivamente). En esos casos, no es factible que la ortografía refleje la pronunciación fonológica real de todas las variedades, pues ello supondría renunciar a su unidad de representación. Por ello, cualquier modificación ortográfica deberá responder a cambios fonológicos que se hayan verificado en todo el ámbito geográfico de la lengua.

Cuando un sistema ortográfico ha alcanzado un alto grado de estabilidad y cuenta con el consenso y la aceptación de la comunidad lingüística que lo utiliza, se ha de actuar con extremada prudencia y grandes dosis de realismo a la hora de proponer la realización de reformas sustanciales. Es necesario valorar cuidadosamente sus pros y contras, y actuar solo cuando exista la seguridad de que las ventajas superar con creces a los inconvenientes y, sobre todo, de que los cambios van a contar con el apoyo decidido de todas las instituciones y sectores implicados. La experiencia demuestra la dificultad de acometer con éxito reformas profundas en sociedades altamente alfabetizadas como las actuales. 

Fuente: Real Academia Española y Asociación de Academias de la Lengua Española. Ortografía de la lengua española. 2011.

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