jueves, 22 de agosto de 2013

Un sistema convencional estructurado

El lenguaje, como facultad, y las diversas lenguas naturales en que esta facultad se concreta son realidades esencialmente orales, que no llevan aparejada ninguna forma necesaria de escritura. Así, con el tiempo, cada lengua se ha ido dotando del modelo de representación gráfica escogido por sus hablantes y determinado por razones muy diversas (históricas, prácticas, políticas, religiosas, etc.). Esa relación no es forzosa, y nada impide que un mismo idioma pueda utilizar diversos sistemas de escritura —como muestra el serbocroata, que los serbios escriben con caracteres cirílicos y los croatas con caracteres latinos— o pasar de un sistema de escritura a otro distinto —como ha ocurrido en varias lenguas a lo largo de su historia—.

La ortografía, entendida como el conjunto de normas que determinan el valor y correcto uso de los constituyentes del sistema de escritura de una lengua, es asimismo convencional, puesto que no existe una relación forzosa entre esos constituyentes y el valor que tienen asignado. Así, en las escrituras alfabéticas, la relación de correspondencia entre grafías y unidades fónicas es puramente arbitraria, como lo demuestra el hecho de que un mismo fonema pueda representarse de diferentes modos según la lengua de que se trate; por ejemplo, el fonema nasal palatal /ñ/ existe en todas las lenguas románicas de nuestro entorno, pero se escribe de modo diferente en cada una de ellas: ñ en español y gallego (España); ny en catalán (Espanya); gn en francés y en italiano (Espagne, Spagna), y nh en portugués (Espanha). Este carácter arbitrario se observa también en otros ámbitos de la ortografía: el alemán escribe con mayúsculas todos los sustantivos, mientas en español solo se individualizan por este procedimiento los nombres propios, e incluso hay lenguas, como el árabe, en las que ni siquiera existen las letras mayúsculas. Los cambios ortográficos que han experimentado las lenguas a lo largo de su historia han sido posibles gracias, precisamente, al carácter convencional, no necesario, del vínculo que une los signos gráficos y su valor representativo.

La ortografía de una lengua no es una mera amalgama de reglas, sino que constituye un sistema estructurado, que se articula en varios subsistemas dotados de cierta autonomía, constituidos por las normas que regulan de forma específica el uso de cada una de las clases de signos gráficos con que cuenta su sistema de escritura. Todos los sistemas ortográficos poseen un subsistema de reglas que determina el valor de las letras o grafemas en la representación gráfica de las unidades léxicas, al ser los grafemas los constituyentes primarios, y durante mucho tiempo únicos, de todos los sistemas de escritura. La ortografía de la mayoría de las lenguas incorpora, adicionalmente, varios subsistemas más, que dan cuenta del valor y uso del resto de sus elementos gráficos: el subsistema de los diacríticos, signos gráficos de muy variada forma y función según las lenguas (como, por ejemplo, la tilde, que en español marca, en los casos determinados por las reglas, la vocal tónica de la palabra; en húngaro señala las vocales largas, y en francés aporta información sobre su timbre); el subsistema de los signos de puntuación; el que regula el uso distintivo de las letras mayúsculas y minúsculas en aquellas lenguas cuyos grafemas cuentan con ambas formas; el que regula la formación y uso de los distintos tipos de abreviaciones, etc. Los tratados y manuales en los que se describe el funcionamiento del sistema ortográfico de una lengua se estructuran normalmente en función de esos subsistemas, a cada uno de los cuales suele estar dedicado un capítulo o sección específicos.

Fuente: Real Academia Española y Asociación de Academias de la Lengua Española. Ortografía de la lengua española. 2011.

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