El lenguaje, como facultad, y las diversas
lenguas naturales en que esta facultad se concreta son realidades esencialmente
orales, que no llevan aparejada ninguna forma necesaria de escritura. Así, con
el tiempo, cada lengua se ha ido dotando del modelo de representación gráfica
escogido por sus hablantes y determinado por razones muy diversas (históricas,
prácticas, políticas, religiosas, etc.). Esa relación no es forzosa, y nada
impide que un mismo idioma pueda utilizar diversos sistemas de escritura —como
muestra el serbocroata, que los serbios escriben con caracteres cirílicos y los
croatas con caracteres latinos— o pasar de un sistema de escritura a otro distinto
—como ha ocurrido en varias lenguas a lo largo de su historia—.
La ortografía, entendida como el conjunto
de normas que determinan el valor y correcto uso de los constituyentes del
sistema de escritura de una lengua, es asimismo convencional, puesto que no
existe una relación forzosa entre esos constituyentes y el valor que tienen
asignado. Así, en las escrituras alfabéticas, la relación de correspondencia
entre grafías y unidades fónicas es puramente arbitraria, como lo demuestra el
hecho de que un mismo fonema pueda representarse de diferentes modos según la
lengua de que se trate; por ejemplo, el fonema nasal palatal /ñ/ existe en
todas las lenguas románicas de nuestro entorno, pero se escribe de modo
diferente en cada una de ellas: ñ en español y gallego (España); ny
en catalán (Espanya); gn en francés y en italiano (Espagne,
Spagna), y nh en portugués (Espanha). Este carácter
arbitrario se observa también en otros ámbitos de la ortografía: el alemán
escribe con mayúsculas todos los sustantivos, mientas en español solo se
individualizan por este procedimiento los nombres propios, e incluso hay
lenguas, como el árabe, en las que ni siquiera existen las letras mayúsculas.
Los cambios ortográficos que han experimentado las lenguas a lo largo de su
historia han sido posibles gracias, precisamente, al carácter convencional, no
necesario, del vínculo que une los signos gráficos y su valor representativo.
La ortografía de una lengua no es una mera
amalgama de reglas, sino que constituye un sistema estructurado, que se
articula en varios subsistemas dotados de cierta autonomía, constituidos por
las normas que regulan de forma específica el uso de cada una de las clases de
signos gráficos con que cuenta su sistema de escritura. Todos los sistemas
ortográficos poseen un subsistema de reglas que determina el valor de las
letras o grafemas en la representación gráfica de las unidades léxicas, al ser
los grafemas los constituyentes primarios, y durante mucho tiempo únicos, de
todos los sistemas de escritura. La ortografía de la mayoría de las lenguas
incorpora, adicionalmente, varios subsistemas más, que dan cuenta del valor y
uso del resto de sus elementos gráficos: el subsistema de los diacríticos,
signos gráficos de muy variada forma y función según las lenguas (como, por
ejemplo, la tilde, que en español marca, en los casos determinados por las
reglas, la vocal tónica de la palabra; en húngaro señala las vocales largas, y
en francés aporta información sobre su timbre); el subsistema de los signos de
puntuación; el que regula el uso distintivo de las letras mayúsculas y
minúsculas en aquellas lenguas cuyos grafemas cuentan con ambas formas; el que
regula la formación y uso de los distintos tipos de abreviaciones, etc. Los
tratados y manuales en los que se describe el funcionamiento del sistema
ortográfico de una lengua se estructuran normalmente en función de esos
subsistemas, a cada uno de los cuales suele estar dedicado un capítulo o
sección específicos.
Fuente: Real Academia Española y Asociación de
Academias de la Lengua Española. Ortografía de la lengua española. 2011.
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