martes, 23 de julio de 2013

Los orígenes de la escritura alfabética

Todos los sistemas alfabéticos de escritura derivan, en última instancia, de un mismo modelo, surgido durante el segundo milenio antes de Cristo en el Oriente Próximo, representado por un grupo de alfabetos muy similares que se utilizaron para escribir diversas lenguas semíticas occidentales; de ahí que este modelo primigenio suela recibir la denominación singular de alfabeto semítico. Este alfabeto constaba únicamente de signos para representar fonemas consonánticos, característica que responde a la peculiar estructura, antes comentada, de las lenguas de la rama semítica.

Por el decisivo papel que desempeñó en el desarrollo de escrituras alfabéticas posteriores, la variante más importante del alfabeto consonántico semítico fue la usada por los fenicios, quienes, desde sus asentamientos originarios en la costa del actual Líbano, se extendieron a lo largo del primer milenio antes de Cristo por todo el litoral mediterráneo. En el alfabeto fenicio, compuesto por veintidós signos que representaban otros tantos fonemas consonánticos, está el origen de los principales alfabetos actuales: el alfabeto griego —del que derivan, a su vez, el latino y el cirílico— es una adaptación directa del fenicio, y los alfabetos del hebreo y del árabe derivan de la antigua escritura aramea, también descendiente de la fenicia.

Fueron los griegos quienes, al adaptar a su lengua la variante fenicia del alfabeto semítico, crearon entre los siglos X y VIII a. C. el primer sistema completo de escritura alfabética, en el que se representan no solamente los fonemas consonánticos, sino también los vocálicos. En griego, lengua perteneciente a la familia indoeuropea, muy distinta de la semítica, el número de vocales es mayor y su papel en la sílaba y en la palabra es más relevante que en las lenguas semíticas. Por eso, para los griegos era esencial contar con signos que transcribieran también las vocales. Así, adaptaron el alfabeto fenicio adjudicando valor vocálico a signos que en fenicio representaban fonemas consonánticos inexistentes en griego y crearon, además, unos cuantos signos nuevos para representar algunos fonema o secuencias de fonemas propios. Los griegos mantuvieron en su alfabeto el mismo orden que tenían los signos en el alfabeto fenicio, añadiendo al final de la serie sus nuevas creaciones, y adaptaron a su lengua los nombres fenicios de las letras. Tomaron, además, otras decisión de gran relevancia en lo que a la dirección de la escritura se refiere: tras un periodo primitivo en el que conviven el trazado de derecha a izquierda —propio de la escritura fenicia y que se mantiene hoy en lenguas semíticas como el árabe o el hebreo—, de izquierda a derecha y de orientación alterna o bustrófedon (es decir, como aran los bueyes los campos: un renglón en un sentido y el siguiente en sentido contrario), acabaron escribiendo de izquierda a derecha, solución ya asentada en el periodo clásico. La adopción de este sentido originó cambios en la disposición de varias letras, que invirtieron su perfil con respecto a sus modelos fenicios.

Tras la adaptación inicial, surgieron en distintos lugares del mundo griego antiguo variantes locales del alfabeto, que pueden clasificarse en dos grandes grupos, según el área geográfica en que se localizan: oriental y occidental. Una de las variantes orientales, la jónica, usada en las ciudades griegas de las costas del Asia Menor (península de Anatolia) y en las islas adyacentes, acabó imponiéndose al resto y extendiéndose a toda Grecia en el siglo IV a. C., siendo la que conforma el alfabeto griego clásico que conocemos hoy y del que desciende el alfabeto cirílico usado en ruso y otras lenguas eslavas. La variante occidental, desplazada por la oriental para la escritura del griego, ha tenido, sin embargo, gran importancia en la evolución posterior de la escritura alfabética, ya que en ella tiene su base el alfabeto etrusco, fuente, a su vez, del alfabeto latino, el más extendido en la actualidad (en él se escriben, por ejemplo, todas las lenguas románicas —entre ellas, el español—, las germánicas y una parte de las eslavas). 

Fuente: Real Academia Española y Asociación de Academias de la Lengua Española. Ortografía de la lengua española. 2011.

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