Son cuatro las letras del abecedario
español que no formaban parte del inventario latino originario: u, j, ñ y
w. Estas letras no son, en rigor, signos estrictamente nuevos, pues
proceden, en unos casos, de variantes gráficas de otras letras y, en otros, de
la conversión en letras simples de dígrafos formados por la combinación de
letras preexistentes.
Las formas de la u y la j
existían ya en la escritura latina como variantes respectivas de la v
(la letra capital v adoptaba una forma redondeada en la escritura manual
corriente) y de la i (de hecho, el punto sobre la j es herencia
del de la i, prueba de su filiación). Como simples variantes de esas
mismas letras siguieron utilizándose durante mucho tiempo aún en la escritura
del español para representar indistintamente los correspondientes fonemas
vocálicos y consonánticos. Poco a poco, a lo largo de los siglos xvi y xvii,
estas variantes fueron especializando sus usos hasta que, finalmente, la u y
la i se reservaron para la representación de los fonemas vocálicos, y la
v y la j para la representación de los fonemas consonánticos.
Tras alcanzar plena autonomía, la u y la j se situaron, en la
serie alfabética, junto a las letras a las que durante tanto tiempo estuvieron
vinculadas: la u junto a la v y la j junto a la i,
precediendo siempre la vocal a la consonante (de ahí el orden u, v e i,
j).
La ñ tiene su origen en la
abreviatura del dígrafo nn, que el español medieval escogió para
representar el nuevo fonema nasal palatal /ñ/, inexistente en latín. Este
dígrafo solía escribirse de forma abreviada mediante una sola n con una
virgulilla encima, signo del que surge esta letra, genuinamente española, que
también adoptaron el gallego y el vasco.
Finalmente, la w, última letra en
incorporarse al abecedario del español, pues no lo hizo oficialmente hasta la
ortografía académica de 1969, es también en origen un dígrafo. Se creó por
duplicación de la v latina para representar, en las lenguas germánicas,
uno de sus fonemas característicos. En español entró por la vía del préstamo y
se empleó inicialmente, ya en la Edad Media, para escribir determinados nombres
propios de origen germánico. Aunque, en épocas pasadas, muchos de los préstamos
que en su lengua de origen incluían esta letra se adaptaron de diversas formas
al español con el fin de evitar este grafema considerado ajeno a nuestra
tradición -trocándolo,
según los casos, en gu (gualda, guarda, güelfo), v (vagón,
váter) o incluso b (Bamba, rey godo)-, hoy se ha extendido y normalizado su
empleo en la escritura de numerosos extranjerismos, procedentes en su mayoría
del inglés (waterpolo, web, sándwich).
En atención a su origen, la ñ y la w
se situaron respectivamente en la serie alfabética tras la letra simple de la
que deriva cada una de ellas.
Fuente: Real Academia Española y Asociación
de Academias de la Lengua Española. Ortografía de la lengua española. 2011.
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