A partir de la invención de la escritura,
la comunicación lingüística se sirve de dos códigos, que se manifiestan en dos
modalidades diferentes, según el medio y el canal utilizados para la
transmisión de los mensajes: la modalidad oral y la modalidad escrita. En la
modalidad oral se emplean elementos fónicos, que se transmiten por el aire en
forma de ondas sonoras perceptibles acústicamente por el receptor, denominado oyente.
En la modalidad escrita, en cambio, se emplean elementos gráficos, que,
plasmados sobre un determinado soporte material, son percibidos visualmente por
el receptor, que adquiere la condición de lector.
Aunque la escritura nace como técnica para
representar gráficamente el lenguaje, no es un simple método de transcripción
de la lengua hablada. Si exceptuamos cierto tipo de escritos destinados a
reproducir lo que se ha dicho (como las actas de las sesiones parlamentarias) o
lo que se ha de decir (como los diálogos de las obras teatrales o de los
guiones cinematográficos), la comunicación escrita se configura como un código
en cierto modo autónomo, con características y recursos propios, y funciones
específicas distintas, aunque complementarias, de las correspondientes a la
comunicación oral.
Ambos códigos, oral y escrito, son
interdependientes en la medida en que los dos construyen sus mensajes con
arreglo a un mismo sistema, el sistema lingüístico, y entre ellos existen
evidentes interrelaciones e influencias mutuas; pero su autonomía se hace
asimismo patente en el hecho de que muchos de los elementos acústicamente
perceptibles en la comunicación oral carecen de reflejo gráfico en la
escritura, como la intensidad del sonido, la velocidad de emisión, los cambios
de ritmo, los silencios, las inflexiones expresivas de sentimientos o actitudes
del hablante (ironía, reproche, irritación, etc.). Y, a la inversa, existen
recursos propios de muchos sistemas de escritura, como la separación de
palabras mediante espacios en blanco, la división en párrafos, la oposición
entre la forma minúscula y mayúscula de las letras, los entrecomillados, etc.,
que no tienen correlato acústico. Así pues, no todos los rasgos fónicos de la
comunicación oral se corresponden con elementos gráficos en la comunicación
escrita y, a su vez, esta posee recursos que le son propios y que no tienen
necesariamente reflejo en el plano oral.
Se escribe para la lectura, actividad que
desde hace ya varios siglos se realiza de manera individual y silenciosa, y la
mayoría de los textos escritos han sido concebidos y realizados directamente
como tales, lo que les otorga una configuración formal específica, fijada por
la tradición y regulada por convenciones ortográficas y ortotipográficas.
Fuente: Real Academia Española y Asociación
de Academias de la Lengua Española. Ortografía de la lengua española. 2011.
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